Las condenas que tenían que cumplir los bandoleros de las gavillas eran en algunos cosas trabajos en obras públicas, tal fue el caso de Fernando de Acuña, de la gavilla de Tuy, condenado el 25 de enero de 1823 a dos años en las obras públicas de A Coruña.
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Otro miembro de una gavilla, en este caso de la gran gavilla de Balseiro, Pablo Vaamonde, tabernero, fue condenado a 4 años de trabajos públicos en A Coruña, pena que compartió con Pedro González.
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De la gavilla de Narón, Atilano González y Pedro Díaz fueron condenados a dos años de trabajos en obras públicas el 20 de octubre de 1827.
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Pero no todos corrieron la misma suerte. Felipe Muñiz que dirigía su propia gavilla junto con El Enano cometieron algunos robos resultando el más grave el cometido el 20 de noviembre de 1823 en la casa de Antonio Montoto, de Vilouzás. Aparte de robarle, lo golpearon "con la efigie de un Santísimo" y al final le dispararon, hiriéndole gravemente y posteriormente causarle la muerte. Las circunstancia de esta muerte sensibilizaron a la opinión pública y autoridades iniciándose una persecución de estos bandoleros.
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Apresado Felipe Muñiz, sanguinario y hábil, éste logro huir de la cárcel de Betanzos, arrestado posteriormente a los seis días, se vuelve a escapar el 26 de noviembre de 1824 en compañía de El Enano y otros más. Acusado de falsificar documentación y sospechoso de otras muertes, fue condenado a muerte en 1827, siendo ejecutada el 19 de mayo de 1827 en A Coruña, junto con Antonio Maceiras, de la misma gavilla, también llamado O Coxo y Refaixo.
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"Salgan de la cárcel (él y Antonio Maceiras) donde se hallan con sogas de esparto al cuello, capuz y puntas blancas, montados cada uno de ellos en bestia de albarda con voz de pregonero delante que publique sus delitos y en esta forma sean conducidos por las calles más públicas hasta llegar al sitio de costumbre donde se halla puesta la horca de la que sean suspensos hasta que mueran naturalmente".