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Ciudad en el paisaje. Paisaje ella misma. Campo, mar, cristal, alegre luz. Verde de árboles, azul de mares. Esbelto perfil tendido, tallado por brisas y luces.
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Debe ser contemplada desde altitudes que pongan mar, o mares, por medio. El inmediato Montes de San Pedro, por occidente. La Zapateira, Castro de Elviña por el sur. Oleiros, Santa Cruz, Seixo Blanco por el este. O desde la Torre de Hércules. O el Parque de Santa Margarita, casi céntrico. O mejor aún, desde un avión.
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Plenamente gallega. Inmersa en el campo. Sembrada en el mar. Que no es sólo senda, reflejo, belleza de espumas y estelas o libertad de horizonte. También espíritu y cultura. Es una ciudad de verano, aunque no sólo una ciudad de verano.
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El mar conforma a A Coruña. Y a su historia. Inquieto invierno del Orzán. Plácida bahía en todo tiempo. Y playas. La personalidad de A Coruña la debe al mar. A su horizonte abierto, sus rutas oceánicas, su posición clave de las rías. El impulso marino condujo legendariamente a antiguos coruñeses a conquistar las grandes islas del norte. Más tarde a la comunicación abierta y marinera con Europa. Puerto ya utilizado por los romanos y base de la prosperidad medieval de A Coruña. Comercio de la sal, puerto de peregrinación, ciudad realenga, libre de toda traba feudal en la Edad Media. Base de las primeras expediciones a Oceanía, de muchas a América, sede de la Casa de la Contratación de la Especiería, punto de salida de Carlos I hacia el Imperio, después de sus cortes de 1520. Refugio de la Invencible, puerto anhelado por los ingleses en 1589. Correos de América, Consulado del mar en el siglo XVIII. Expedición de la vacuna a América en brazos de niños coruñeses a principios del XIX. Primer Dunquerque de la historia en 1809.
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