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Ciudad antigua, venerable de piedra y de silencio, cercana al parpadeo de luces y al tránsito del moderno afán. Alumbrada por el farol de la pequeña plaza, decorada de árboles más escenográficos que reales, en que resuenan rezos y vuelos apagados. Ciudad de añoranzas de muelles antiguos y desembarcos mayestáticos, defensas contra enemigos y protecciones de embarques.
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Ciudad en que el jardín romántico contiene versos, olmos, rosas, gaviotas, mirlos, mirtos, cuervos, una pequeña fuente ornada con veneras y una tumba.
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Ciudad de Cortes españolas en que se proclama el Imperio y se nombra Contino a Garcilaso. Hospedería frecuente de Reyes y sede de hermanas – Rúa das Donas – del Santo Rey. Ciudad de arquitectura de Camino Francés, de peregrinaciones por mar, y de Virgen que habló a San Vicente Ferrer para hacer a A Coruña la más bella de las promesas.
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Viejas calles que trazan su curvo alrededor del antiguo castro, con nombres de santo o de viejos gremios. Plazas ajardinadas o plaza pétreas. La antigua prosapia de añejos escudos. Aroma de daturas o íntimo y recogido a cera. Templos y conventos numerosos. Murallas o recuerdos de murallas y de puertas. El mar rodeándola. Y la historia.
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Ciudad que piedra a piedra, recoge las pisadas como rezos y los rezos como andaduras hacia camino celestial. Y la barroca prestancia, señorial y curva, de la casa del sabio de la Ilustración. Ciudad en que resuenan, en los muros de la antigua Ceca, en el recuerdo de los palacios de Virreyes, las campanadas de las altas torres.
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Ciudad que es mar y campo, y roca firme. Y defensa y oración, fortaleza y recogimiento. Rosa, campana y mar abierto. Esencia de A Coruña. Que ya no es A Coruña misma, derramada por el istmo entre automóviles, bancos, trasatlánticos, industrias, calles y muelles que han ceñido de luces la bahía. Pero que es el más puro y selecto, el más exquisito perfume de sus años. Con su mar y sus playas, su alegría y sus luces, sus jardines y sus galerías, sus muelles y su Torre, sus verdes y sus pájaros, A Coruña no sería ella misma, de no poseer esta joya inigualable y única que es la Ciudad Vieja.
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