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En 1591, Felipe II instauró los oficios de alféreces mayores de Ourense, Betanzos y A Coruña. Mientras las dos primeras ciudades se resistían al nombramiento, aunque se acabó por adjudicar, en A Coruña el rey perpetuó el cargo en la cabeza de Tristán de Araujo, pasando luego a manos de Gómez Fernández Catoyra, Antonia López Villardefrancos, su esposa, su hijo Simón Enríquez de Novoa y, por último, Antonio Enríquez de Novoa.
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Aunque el cargo estuvo ligado en el siglo XVIII a la familia Novoa, no siempre lo ejercieron de manera directa, sino que, por matrimonio, pasó a los Riazos y Aldao, y luego a los Torrado, señores de la casa de Asados de Rianxo.
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Aun desaparecida la efectividad del cargo se mantuvo la regalía. El alférez mayor personificaba a la ciudad en el acto de alzar los pendones por el rey: dos regidores, que solían ser los comisarios de las fiestas, iban a buscarlo a su casa y lo acompañaban, a derecha e izquierda, todos a caballo, hasta la casa consistorial donde el corregidor le ponía en las manos pendón, armas reales y municipales, sacándolo al balcón para mostrarlo al pueblo. Este acto se hacía generalmente en la proclamación de un nuevo rey.
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