19 mayo 2008

EMILIA PARDO BAZAN - III / IV
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La tendencia naturalista se cierra definitivamente en 1891, con La piedra angular, nueva exploración del mundo urbano coruñés, centrada en la bipolarización entre las zonas habitadas por la burguesía y el barrio marginado que bordeaba el cementerio. Los procedimientos zolescos representan en sus páginas distintos niveles semiológicos: el crimen pasional de la mujer del carretero y su amante; el marginado mundo social; el desesperado suicidio final de Juan Rojo; el preexpresionismo de la muchacha enferma derribada en la calle; la sordidez de la cárcel... Se encuentra en esta novela un riguroso análisis de segregación social. No se trata de una discriminación de grupo, de perjuicios y hostilidades hacia los out groups. Juan Rojo, por el estigma de su profesión de verdugo, es un curioso ejemplo de "inculpación", de los que los sociólogos llamarán scapegoat (testaferro). El drama se intensifica cuando se ve obligado a ejecutar a los criminales. Rojo, ex seminarista y antigua soldado, "tiene un acerado concepto del deber, de la obediencia y de la palabra empeñada y un religioso respeto a la ley y a la letra escrita". El doctor Moragas, radicalmente hostil a la pena capital, se compromete a proteger y educar a su hijo Telmo, si se niega a cumplir la sentencia. El verdugo decide sacrificarse por el porvenir de su hijo, pero, en vez de rebelarse contra la ejecución, se suicida, busca la muerte internándose en el mar, en la impresionante secuencia que corona la novela.
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Con Insolación y Morriña, publicadas en 1889, vuelve a reaparecer el contraste entre la idealización y el subjetivismo y la directa visión de la realidad. Sin una eliminación total de los procedimientos naturalistas, se descubre la asimilación de motivos de la novela rusa. Con estas dos novelas la escritora abandona los espacios geográficos gallegos, para ofrecer una triple exploración de Madrid. En Morriña, limita el espacio novelesco a una casa burguesa de la calle de San Bernardo, muy directamente conocida por la autora. Se encuentran en sus páginas encuadres de rigurosa observación que reflejan los gustos, las aficiones, de la clase media española.
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Es más difícil encasillar en este paréntesis realista la novela Insolación. La influencia climática del calor, mezclado con el vino, puede relacionarse, si se quiere, con el Tartarín, de Daudet; la riña de las chulapas recuerda la disputa de Gervaise y Virginie, en el primer capítulo de L'assommoir, de Zola. El escenario narrativo se tripolariza: la casa de la agente, Asís Taboada, y la tertulia de la duquesa de Sahagún, el paseo del Prado y el mundo castizo de la romería de San Isidro. Dede el punto de vista técnico, Insolación puede considerarse un anticipo de la novelística del siglo XX. El relato autobiográfico de Asís Taboada, centrado en el proceso de su seducción por Diego Pacheco, está sometido a un ritmo rápido, en un tiempo reducido, con saltos al pasado y formas de monólogo interior.
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En 1890, la novela de Pardo Bazán bascula hacia una idealización religiosa, con Una cristiana y La prueba. La intencionalidad del idealismo religioso está ya sintetizado en los títulos. Algunos críticos señalan la influencia del misticismo, del "vago deísmo" de Tolstoi. Indudablemente, a los valores espirituales, protagonizados por Carmiña Aldao y el padre Moreno, se unen reflexiones morales, motivos románticos, tópicos costumbristas. La novelista acumula una serie de rasgos, de comportamientos, para lograr un modelo, un prototipo de la virtuosa mujer perfecta de la Biblia, pero no logra convencernos mucho del verismo de su carácter. A pesar de su tendencia idealizadora, en la virulenta enfermedad del marido leproso, se introducen procedimientos naturalistas.
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El realismo moderado tiene una continuación en el ciclo Adán y Eva, formado por Memorias de un solterón (1891) y Doña Milagros (1894). Con estas dos novelas, la autora retorna al mundo urbano de Marineda; realiza una exploración social; se centra en la crisis de ciertas parcelas de la mesocracia coruñesa, en la década de 1875-1885; contrapone las situaciones de crisis económica, representadas por Benicio Neira, y las formas de atrincheramiento económico, protagonizado por el arquitecto solterón Mauro Pareja y por otros contertulios de los casinos. Traza además, con las hijas de Neira, una galería de mujeres de distinto carácter y comportamiento. Resalta la figura de Feíta, preocupada por ilustrarse, por saltar las conveniencias, por proclamar la libertad de la acción femenina; representa, por cierto, la tendencia feminista de Pardo Bazán, ya protagonizada anteriormente, en La prueba, por la amiga de Luis Portal, la inglesa Mo.
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Sin abandonar totalmente los códigos realistas, Pardo Bazán incorpora una nueva sensibilidad a sus novelas La quimera (1905) y La sirena negra (1908). La primera significa un enlace estético con el modernismo, por la descripción de interiores artificiosamente adornados, los signos calificadores cromáticos, la acumulación de sensaciones del invernadero, el rebuscado refinamiento del laxismo de la aristocracia madrileña. María de la Espina es un modelo agencial de este ambiente decadente, con sus peculiares rasgos de sensualismo, de perversidad, por su civilización "refinada y disuelta", por su "histérica sensibilidad para el lujo delicado". Por otro lado, Silvio Lago en su constante batalla con la fascinación de la "quimera", es una personificación del pintor coruñés Joaquín Vaamonde.
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También en La sirena negra se encuentran conexiones con el modernismo, en la riqueza de sensaciones de la ría pontevedresa, en las resonancias mitológicas del mar encalmado de Sanxenxo, en la "estética moral" del agente. Pero Gaspar Montenegro está sometido a otras influencias nuevas.
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Además, sorprendemos en esta novela varios rasgos de modernidad. El transporte onírico está suscitado por un excitante: "el alcaloide del café concentrado actuaba sobre mi sistema nervioso". Nos recuerda los reactivos creadores de paraísos artificiales de la literatura finisecular; puede ser como un anticipo de algunos poemas de La pipa de kif, de Valle-Inclán. La producción novelística de Pardo Bazán se completa con El niño de Guzmán, El tesoro de Gastón, El saludo de las brujas, Misterio y Dulce dueño; y las novelas breves La dama joven, Bucólica, Belcebú, Cada uno, La gota de sangre, Finaflor, En las cavernas, Un drama, La última fada, Rodando, La muerte del poeta ...
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Pero tienen un significado singular sus numerosos cuentos, cerca de 700, publicados en revistas o recopilados en colecciones. Para la propia autora, "no hay género más amplio y libre que el cuento"; por eso ha compuesto relatos imaginativos, folklóricos, históricos, legendarios, simbólicos, narraciones fundadas "en hechos reales" o que bordean lo monstruoso, espeluznante y peregrino. Todo este caudal, movido por su fértil imaginación, explora el mundo rural gallego, el ambiente urbano de A Coruña; interpreta múltiples comportamientos humanos.
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La escritora sabe que el género cuentístico exige concisión, pero a pesar de esto "la forma del cuento es más trabada y artística que la de la novela". La acción concentrada exige una adecuada selección lingüística. En este aspecto, al nivel de lengua culta de la narración y la descripción siguen las formas diastráticas de los diálogos, con frecuentes vocablos gallegos. La síntesis que ofrece la autora del relato es: "El primor de la factura de un cuento está en la rapidez con que se narra, en lo exacto y sucinto de la descripción, en lo bien graduado del interés, que desde las primeras líneas ha de despertarse...".
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Las principales colecciones de cuentos pardobazanianos son Cuentos del terruño, Cuentos de Marineda, Cuentos de Navidad y Año Nuevo, Arco Iris, Cuentos de la tierra, Cuentos de amor, Cuentos sacroprofanos, Un destripador de antaño y otros cuentos...

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