01 septiembre 2008

GAVILLA
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Durante el año 1821 se muestra muy activa una gavilla formada, entre otras personas, por dos mujeres coruñesas: Josefa Rodríguez, vendedora de fruta y Josefa Mayán, tratante en fruta y en lo que cayese. Formaron esta gavilla Juan Piedra Cueva, con fama de ladrón y que se proclamaba (al preguntársele su profesión) que era el administrador de bienes de su esposa. Joven de 25 años, vago. Igualmente aparece citado en los autos procesales Joaquín Veloso. También formaban parte Ignacia García Pazos, de Piadela, jornalera, María Barreiro y su esposo Ventura Prego, tabernero de Montellos.
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La mayoría procedían de A Coruña o alrededores, como, por ejemplo, Pedro Armada, que había nacido en Buenos Aires, que había servido en el regimiento de Betanzos y ahora, sin oficio ni beneficio, vivía en A Coruña. Andrés López de Navia, de Portomarín, acusado y condenado por robos anteriores, casado con Juana Vilariño, la misma que formara parte de otra gavilla, la de Mezonzo. Enrique Kipper, prusiano, que se había quedado en A Coruña al marchar su regimiento y que se dedicaba a hacer licores.
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Actúan en las proximidades de Betanzos y se les atribuyen los siguientes robos: La casa de postas de Montesalgueiro, la casa de la Illana, la casa de Diego José de Ponte, la casa del indiano de Présaras, Martín Boado Rivadeneira y la casa del cura de Fistus.
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Otros robos, como los hechos en la casa de Blas Raposo, al cura de Viña, a Juan de Fraga, a Benita de Bazán, es posible que hayan sido realizados por ellos, pero no consta quienes fueron sus autores.
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Los gavillas no asaltaban, como en Andalucía, Extremadura y Castilla, a plena luz del día con el fin de mostrar su coraje, fuerza y desprecio al miedo y a la autoridad, eso de presentarse a cualquier hora del día para robar o liberar a sus presos, para menospreciar a las autoridades no se conoce por estas tierras.
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Exceptuando algunos robos en descampados y hechos sobre personas que venían de las ferias, al caer la tarde, el resto se hacen de noche y, por lo general, a altas horas. Eso da a entender que la mayoría de los bandoleros viven en medio de la población y no quieren ser reconocidos. Son por necesidad más que por profesión, exceptuando una minoría perseguida judicialmente que sabía que nunca se podría integrar en la vida social.

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