30 noviembre 2009

CAMPO DE LA LEÑA
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En los inicios del siglo XX era una planicie que se extendía entre la Ciudad Vieja y la Pescadería. Con anterioridad se llamó Campo da Forca, nombre que traía a la memoria la imagen del verdugo montado a caballo del reo, según costumbre de la época. Parecería poco eufónico a los encargados de la cosa pública, ya que decidieron cambiárselo.
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En el Campo da Leña se vendía de todo. En los días de mercado la gente del campo se surtía de lo necesario, tanto en los puestos de quincalla como en los de ferretería.
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De especial interés era la sección bibliográfica. No se colocaban los libros a granel sobre el suelo, sino que los puestos tenían la categoría de verdaderas tiendas. Era grande el número de bibliófilos madrugadores que tenían la paciencia de ir examinando todos los libros en busca del ansiado incunable. Allí había de todo, tanto en lo literario como en lo musical, si bien lo primero dominaban las ordenanzas y cuartillas de la Guardia Civil y en lo segundo las polcas y habaneras.
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Los muebles ocupaban un segundo plano. Los tipos más corrientes eran la cuna de pino sin pintar y la cama de hierro que se doblaba sobre sí misma y ahorraba la estampa en la pared porque todos tenían en el medallón de la cabecera la efigie de alguno de los beneméritos de la iglesia.
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Fuera del bullicio y del conjunto principal estaba el mercado rural, de productos de la agricultura y de la industria del país. Piñas, "poma", "queiroas" y barro de Buño eran las principales mercanías que expendían. La hoja de máiz o "poma" seguía siendo, pese a los jergones metálicos, base del decúbito local.
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Todo se vendía por libra, vara o ferrado, pero la "poma" se vendía por "sábana", medida única en los anales métricos españoles. Dos buenas sábanas de hoja de maíz hacían un jergón camero.
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Y no podía faltar el violinista, el pajarito sabio que vaticinaba el porvenir y la gran rueda del barquillero en la cual no se sorteaban barquillos, pero sí petacas, "esqueiros" y cuchillos, que temerariamente podían "convertir al agraciado por la suerte en candidato al juicio oral".
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El Campo de la Leña tenía el carácter de una feria, con el aliciente que le daban las mil curiosidades, los restos de grandezas pasadsas que allí iban a parar, lo cual no sucedía en otros mercados.

5 comentarios:

Titajú dijo...

A mi me siguen encantando las ferias, los rastros, mi marido los aborrece.
¿Sabes cuánto tiempo hacía que no oía la palabra "poma"?

millenium dijo...

Pues a mí, las ferias me gustan aunque también es cierto que me gustaban mucho más antes.

Los rastros siempre me han gustado, los rastros digo, no lo que hay los domingos alrededor de la Plaza de San Agustín que llamarlo rastro me parece una osadía. Aún sin ser nada del otro mundo me gustaba cuando lo había, siendo mayoritamiente de sellos y monedas, en la Plaza de María Pita.

PMM dijo...

Gracias Millenium por este post de hoy. Ahora, cosas del destino yo veo el campo de la leña desde mi ventana, mi padre no lo llama nunca la plaza de España , y él me cuenta cosas como las que tú has dicho hoy.
Y de pequeña me encantaba ir con él a comprar los sellos al rastro de María Pita, que aunque en los soportales había tiendas de numismática y filatelia hasta hace poco, esas mismas tiendas ponían los puesto en la calle.
Ya ves, recuerdos de infancia.

millenium dijo...

Gracias a ti, PMM, por estar en mi blog.
Yo solía ir muchos domingos a Maria Pita, es una lástima que se haya perdido ese "ambiente" de los domingos por la mañana.
Alguna que otra moneda pero sobre todo bastantes de los sellos que tengo, los compré o en el rastro de María Pita o en la tienda filatélica que había, como dices, en los soportales. Bastantes de estos sellos que tengo los compré en una tienda filatélica que había en los soportales cerca de la entrada a la Avenida de Los Angeles.

millenium dijo...

Sobre lo de la palabra poma... yo nunca la escuchara. :-(