25 junio 2010

COMERCIO
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Los anuncios de los comerciantes, allá por 1835, no dejaban de ser curiosos. Comercios en la calle, a mano, lejos, muy lejos de las grandes superficies de hoy en día.
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En la calle Real, número 54, estaba la tienda de Toribia Rodríguez, conocida por la tirolesa, en su tienda se vendían quesos frescos de Flandes, salchichones, aceitunas gordas y de manzanilla; pasas racimales en cajas de media y cuarta arroba; higos frescos, buenos vinos. Una completa tienda de ultramarinos donde, también, se podía encontrar ron de Jamaica, alcaparras, chorizos de Extremadura, miel de la Alcarria y del país, chocolate de Astorga, tallarines, fideos...
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En el número 34 de la calle del Orzán, la especialidad era melones valencianos. Pablo Lagrande, "maestro de teñidos y sacamanchas", en su tienda sita en la calle de los Olmos número 24, teñía a la perfección y de todos los colores. Después de su trabajo quedaban como nuevos los pañuelos de merino, blondas, levitas, pantalones, capas, vestidos, etc. Quitaba toda clase de manchas y salseado.
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En San Nicolás, en la tienda de géneros de Cosme Soilán, se exponía para su venta un retrato "del benemérito General Don Baldomero Espartero".
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Un obrador de toda clase de joyas de oro y plata hacía su trabajo en un establecimiento en San Andrés número 10, donde se elaboran con el mayor gusto y dedicación. Allí había toda clase de pedrerías, filigranas de oro y perlas, obras gruesas de plata.
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Para encontrar medias, elásticos, gorros de dormir de seda y estambre, lana, algodón y lino había que desplazarse al número 3 de la Calle Real, donde se vendía al por mayor y menor.
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Marcelino Bonnet, francés, relojero, hacía saber al público que disponía de "elaboratorio en la calle Real número 50, frente al Correo, y sus precios serán muy equitativos".
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Enrique Luard, ofrecía la "lamparilla fumigatoria", lamparilla que "reúne varias propiedades", un instrumento económico, con olor agradable que purifica el aire de la habitación, no consume más que dos cuartos de alcohol en 24 horas, al no producir llama ni chispa se puede colocar en cualquier sitio, junto a cualquier objeto. Estaba en la calle Ancha de San Andrés número 1, donde se disponía, también, de "thermómetros flotantes para uso de baños".
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Julio Romero, en el número 61 de la calle Real, fabricaba peinetas de concha, poseía un amplio surtido. A 15 reales quintal gallego, se vendían en el muelle patatas inglesas y francesas. Tinta superior a 30 cuartos la botella de cuartillo, la vendían en la tienda de Valiño en San Andrés. En el campo de la Leña, Cotobad recibía buenas partidas de cacaos, aguardientes, papel y escobas.

6 comentarios:

Matapollos dijo...

Desde luego, nada que ver con el consumo en las grandes superficies de hoy.
Ya me dirás dónde encuentras ahora un gorro de dormir de seda y estambre o un surtido de peinetas de concha...
¡Lo que yo hubiese disfrutado hace un par de siglos!
Cuando veo alguna de esas tiendas antiguas (ferretarías y mercerías incluidas) que ya quedan pocas, no me puedo resistir.

millenium dijo...

Ni yo, su atmósfera ya las hace irresistibles, se puede decir que entras por inercia como si fuese cosa de meigas.

Todas, como dices, tienen su encanto ya sea para mirar o comprar cualquier cosa que necesitemos o, simplemente, deseamos.

No estaría de más que estos negocios gozasen, por su trayectoria, por su valor histórico, de ciertas ventajas con respecto a otros. Un coche si lo pasas a histórico goza de ciertas ventajas... negocios, como dices tú, ferreterías, mercerías, también, ultramarinos... todos estos negocios a los que han ido generaciones y generaciones de familias deberían estar, para mí, protegidos de alguna manera.

PMM dijo...

Es cierto, esos comercios no dejan de ser museos de la vida cotidiana, y poco a poco, nos vamos quedando sin ellos

millenium dijo...

Museo e historia en un barrio, historia de una ciudad, conservarla para poder mostrarla generación tras generación sería o debería ser un orgullo para una ciudad.

Titajú dijo...

¡Buf, la tienda de Toribia, qué peligro!
A mi es que los ultramarinos de siempre me pierden. Me encantan sus productos, sus olores, su cercanía.

millenium dijo...

Por eso antaño ponían en sus letreros "Ultramarinos finos", aún hoy en día siguen siendo así.