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Sin ley y con ley de emigración, la gente seguía marchándose de España a bandadas. Ni las leyes ni los organismos llamados a encauzar tamaña sangría, conseguían nada práctico porque tampoco nada práctico ofrecían como compensación a los que se quedaban en España.
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En los últimos meses del año 1908 la corriente migratoria en vez de atenuarse, como ocurría en otros tiempos, por el contrario llegó a registrar cifras verdaderamente aterradoras.
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En A Coruña, como en Bilbao, Santander, Cádiz o Vigo se embarcaba en multitud. De nuestro puerto salían los trasatlánticos un día sí y otra también completamente abarrotados.
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A últimos de octubre y primeros de noviembre, coincidían casi todos los días en el puerto de A Coruña, de cuatro a cinco grandes trasatlánticos de pasaje para América.
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Concretamente, el 21 de octubre, fueron tres los que visitaron nuestro puerto recogiendo más de dos millares de emigrantes para Argentina y La Habana.
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Un gran contingente de emigrantes pertenecían a las parroquias próximas a A Coruña muchas de las cuales vieron reducidos a la mitad el número de sus feligreses.
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Durante los últimos meses de 1912, los trenes estuvieron llegando a A Coruña con cierto retraso. El hecho era realmente desolador y no por el retraso en sí mismo, sino porque la demora estaba motivada por el enorme contingente de emigrantes que, en muchísimas ocasiones, tomaban el tren para dirigirse a A Coruña.
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Era una verdadera avalancha la que llegaba casi diariamente a nuestra ciudad no sólo de los distintos pueblos de Galicia, sino también de muchos puntos de Castilla.
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Era tal el número de emigrantes que muchos tenían que esperar varios días en la ciudad para encontrar un barco que los transportase.
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Había problemas por tanta gente para acogerlos en fondas, hoteles, pensiones y casas de huéspedes.
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