28 abril 2009

JARDIN DE SAN CARLOS
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Se lamentaba Enrique de Vedia, en 1845, de la penuria en número y amplitud de los jardines y alamedas con las que contaba A Coruña. Sólo el poético y romántico pensil jardín de San Carlos, cumplía con decoro los requerimientos de ocio y regodeo de los primeros coruñeses del siglo XIX. Los jardines de la Reunión, de Santa Margarita y de la Torre nunca pudieron hombrear en poesía y elegancia con el de San Carlos, cuyo prestigio, lejos de venir a menos, creció desde su fundación.
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Fue el baluarte de San Carlos el primer jardín público moderno con que contó la población; peñascal arruinado que en 1834, y a iniciativa del brigadier Mazarredo y el arquitecto Noya, se convirtió en el lugar de cita obligado de la decimonónica Marineda. La feliz idea de Mazarredo, ejecutada gracias a una suscripción pública a la que se prestaron gustosos varios vecinos adinerados y de conocida identidad, nacía no sólo para proporcionar esparcimiento a los coruñeses, sino también con un noble y elevado fin: honrar la memoria de sir John Moore.
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Desde 1849, el Ayuntamiento contribuyó a su mantenimiento y mimo, con una cuota mensual de 80 reales, que puntualmente abonaba su director, Leopoldo Gerner. En 1854, la autoridad militar, en 23 mayo, transfirió a la alcaldía la administración y vigilancia del parque, reservándose el derecho de propiedad. La municipalidad, encariñada con la empresa de su conservación editó, el 13 de junio de 1854, un severísimo bando señalando fuertes multas contra quienes produjeran destrozos, embijaran o maltrataran el jardín. En 1862, decidió construir un cenador de ladrillo y cinc para uso de los enamorados, confiándole el proyecto a José María Moya, autor de un sencillo edificio cuya importancia histórica está en ser la primera construcción en estilo neo-árabe firmada por un arquitecto en Galicia. Realizó el trabajo, por 2.211,60 pesetas, el maestro cantero José Benito Tato.

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