19 septiembre 2009

EL RELEVO
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A Coruña añadió nostalgia a la familia de Picasso que no tuvo más remedio que el traslado: dejar a las tías, los amigos, la tertulia. Ahora una nueva ciudad en las experiencias, urbe atlántica, desde antiguo coronada por la luz de la Torre de Hércules, aquí las aguas portuarias se rompen en reflejos cuadrados de vidrio en las galerías, el mar del Orzán, mar de tormentas, vientos, donde la luz, como las nubes no descansan. Algún molino en Monte Alto, en A Gramela, seguía moviendo sus aspas. Los vapores partían para las américas, las cigarreras, los bañistas.
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En la medida que pasa el tiempo el padre de familia se deja ganar por la apatía, por el desinterés. Pablo Picasso comentaba al respecto: "Ni Málaga, ni toros, ni amigos ni nada de nada ...".
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La casa coruñesa de Pablo Picasso está considerada por algunos biógrafos picassianos como un santuario, pues allí en un ritual de solemnidad hispánica, un José Ruiz decadente hizo entrega a su hijo Pablo de sus pinceles y paleta, "Me dió sus pinturas y sus pinceles y desde ese momento ya nunca más volvió a pintar", gesto que algunos comparan con los del torero veterano que otorga al novillero los poderes del matador. Importante simbolismo para añadir a A Coruña, pues de alguna forma este hecho tiene el significado de un principio para un renacer artístico universal en el fin de siglo.
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En los claustros del edificio de la Escuela Provincial de Bellas Artes se custodiaban tímpanos, capiteles, sarcófagos medievales procedentes de viejos monasterios de As Mariñas, olvidados a partir de la desamortización, o de los destruidos conventos coruñeses de San Francisco y Santo Domingo: figuras con ese hieratismo y esa abstracción que viene condicionada por el mismo material granítico, algunas de ellas con restos de viva policromía. Eran los modelos del natural que copiaban los alumnos, piezas que desde 1968 se exhiben en los patios del Museo Arqueológico del Castillo de San Antón.
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Otros artistas formaban el claustro de profesores, Román Navarro, genial pintor de caballos, militar del cuerpo de Húsares, muy vinculado a la aristocracia palaciega. Pablo se revelaría inmediatamente como niño prodigio. Su padre prepara la primera exposición de Pablo Ruiz en el escaparate de una paragüería, el número 54 de la calle Real. Era un ambiente de ciudad decimonónica, posromántica, una ciudad que con el florecer de las navieras, del puerto, del ferrocarril se abría al Modernismo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso.

Titajú dijo...

No sé porqué, supongo que la fermosa climatología gallega o la luz tendrá algo que ver, que la gente que viene del sur para Galicia cae en una apatía y desinterés que vuelve loco a cualquiera.
La adaptación tarda lo suyo, y es que ¿te imaginas la Galicia de entonces, con el clima de ahora? Terrible.
Pero lo describes muy bien, le das un toque poético que das color incluso a los días en blanco y negro.

millenium dijo...

Todo el mérito de esta entrada, tanto de ésta como la de la anterior así como la de la siguiente, todas ellas sobre la estancia de Picasso en A Coruña, son mérito de Felipe Senén, autor de un cuaderno publicado por el Ayuntamiento y la Sociedad Filatélica con motivo del trigésimo aniversario de esta sociedad en el año 1991.
Es cierto que el cambio tan brusco, en todo, de Andalucía a Galicia provoquen apatía y desánimo.
Además de las diferencias entre las dos ciudades, A Coruña y Málaga, la estancia de la familia Picasso aquí también estuvo, trágicamente, marcada por hechos que reseño en la siguente entrada.